Había perdido la dirección de mi vida ,
buscaba en cada piedra del camino una razón por la que mereciera la pena
levantarse y seguir adelante, por la que mirar al pasado con una sonrisa
picarona y decirles a todos “Eh, os jodeis, al final conseguí ser feliz.”
Pero cada vez que me caía, levantarme se convertía en un
verdadero obstáculo, casi más que la caída.
Me gustaba esconderme en mi habitación y escudriñar en el
espejo cada poro de mi piel, cada imperfección de mi ombligo, los pliegues de
grasa que se acumulaban entre mis caderas y mis piernas, ese bulto que había
salido debajo de mi pecho y que me convertía en la mujer destinada al fracaso…
O eso llegué a pensar.
Me plantaba mis gafas de pasta, y ojalá nunca me las hubiera
puesto, el mundo de mi miopía se veía mucho más claro, que irónico ¿No?
Carecía de opinión propia, de autoestima, me ahogaba la
rutina, la monotonía , el ruido de los coches aplastaba cada uno de mis pasos…
Llegó un día en el que decidí pararme, cogí mis miedos y los
lancé desde un noveno, quemé todas aquellas palabras que me habían herido, que
habían hecho que mis brazos parecieran vías de tren.
Sí, llegó el día en el que decidí que aquella niña no podía
seguir en esa burbuja de rabia e impotencia, llegó el día en el que exploté mi
burbuja y grité :
¡IROS TODOS A TOMAR POR CULO!
Grité como nunca lo había hecho, deshice mi coleta, me
quite las gafas, cogí las alpino y me pinté el pelo, me agujeree la nariz para respirar mejor,para que jamás lograrán ahogarme. Por si esto fuera poco
siempre llevo un trocito de sol en mi piel, por si la puta oscuridad acecha.
Ya veis, todo mi envoltorio tiene causas y consecuencias, como todo en esta vida supongo.